Maradona recordaba aquel día como el mejor de su vida, cuando era un pibe. ”Una tarde vino Goyo (Carrizo, su amigo de la infancia, y quien empezó con él en el equipo de Los Cebollitas) y me dijo: ‘Me probé en Argentinos Juniors el sábado pasado y quieren chicos’. Salí corriendo para la casa y le conté a mamá. Era un jueves. Me quedé parado en la puerta, contra el alambre, duro como una estatua, esperando a que mi viejo llegara de laburar. ‘¿Me llevás el sábado a probarme?’, le supliqué. No pudo contestarme nada de lo cansado que estaba. Entonces, esperé al día siguiente y le insistí. Fuimos juntos a lo de Carrizo, que quedaba muy lejos, y habló con el papá de Goyo. Cuando volvíamos, ya tarde, los dos solos caminando por el campo, me dijo: ‘Bueno, te llevo’. Me acosté soñando con esa prueba, pero empezó a llover. ¡Le rogué tanto a Dios para que parara esa lluvia! Porque, aunque mi viejo me había prometido ir, no podíamos darnos el lujo de gastar en el pasaje de colectivo si el entrenamiento se suspendía. No alcanzaba para los boletos, y no exagero. El sábado fuimos al barrio Malvinas, y ahí nos dijeron que se practicaba en el Parque Saavedra. No teníamos cómo ir. Por suerte, un tipo nos llevó en una camioneta. Nos probaron. El entrenador me dijo: ‘Quedás’. Toqué el cielo con las manos. Volvimos a casa en el 28 pasando el puente La Noria, y después cruzamos el campo a pata, que eran como 20 cuadras, los dos en silencio, pero felices”.
Maradona continúa el relato: “Yo empecé a soñar el día que fui a entrenar a Argentinos Juniors. Sabía que el futbol me iba a dar una vida mejor, porque yo veía que podía comerme crudo a los mejores chicos que ya estaban jugando. Y no era de agrandado: lo sabía íntimamente porque mi viejo me lustraba los botines antes de cada partido. Los cuidaba, les ponía betún, los lavaba. Yo salía siempre con los botines relucientes. Y los demás tenían los botines en un estado lamentable, sucios, embarrados. Mi viejo me ayudó a brillar”.
Diego no hablaba mucho con su viejo. “Pero a él le debo todo. Y me pegaba. Eran otros tiempos, los chicos de hoy no lo entenderían. Y es tan así como te lo digo, porque mi papá me llevaba en el colectivo hasta Argentinos, cayéndose de cansancio. Se colgaba del pasamanos y yo me ponía debajo de su brazo y me paraba en puntas de pie para sostenerlo, porque se quedaba dormido parado. Y así viajábamos, sosteniéndonos. Sin mi viejo yo nunca habría llegado a ser El Diez”.